miércoles, 14 de diciembre de 2011

Me atraparon las ballenas de la vida


Confieso que muchas veces me he sen- tido atrapada en la desobediencia. ¿Quién no conoce el libro de Jonás? A los niños pequeños les enseñamos esta historia porque uno de los problemas que Jonás tenía era la desobediencia y se lo tragó una balle- na... Bueno, es cierto, la Biblia no dice que fue una ballena, sino «un gran pez» (Jonás 1:17). Sin embargo, la historia de este profeta es muy apropiada para demostrar el resultado de la desobediencia.
En el primer versículo del libro, se identifica de manera específica al profeta Jonás como su autor. Ahora bien, los problemas de Jonás fueron el resultado de sus malas actitudes, sus decisiones y sus patrones de pensamientos errados.
El libro de Jonás nos enseña que Dios no cam- bia su manera de pensar. Por lo tanto, nosotros hacemos lo que Él nos dice o permaneceremos miserables en el vientre de la ballena. El mila- gro no es que Dios nos saque de las circuns- tancias, sino que el paso por esas situaciones no nos haga iracundos. Sin duda, Jonás era un iracundo, pero vivió para contarlo y su vida y sus sufrimientos nos sirven hoy de ejemplo. Entonces, ¿quién fue Jonás? Fue un hombre al que Dios le hablaba y que por eso la Biblia lo reconoce como profeta. Un hombre que cono- cía la voz de Dios y él mismo también hablaba con Dios. Un judío escogido por Dios para res- catar a toda una ciudad. A pesar de eso, Jonás nos dice que todos somos susceptibles a que las malas actitudes nos lleven a decidir mal y a pagar las consecuencias.
¿En qué me parezco a Jonás? Bueno, todos entendemos que Jonás tenía actitudes erradas, porque las «confesó» en su libro. Así que creo que, si podemos identificar ese tipo de actitudes, es por el simple hecho de que el profeta las pudo ver al final y plasmarlas como historias en su pequeño libro. No obstante, recuerda que nos referimos a un hombre que tenía el privilegio de hablar con Dios. Y esta es la otra semejanza que tengo con el profeta: Conocía a Dios y Dios le hablaba, pero sus ac- titudes le hacían infeliz, iracundo y le llevaban a la frustración con facilidad. En mi caso, todas mis malas actitudes las experimenté aun cono- ciendo a Cristo.
Mi esposo, Brian, explicándoles a nuestros hi- jos la historia de Jonás, les decía: «A Jonás se lo tragó la ballena, pero la ballena le salvó la vida al evitar que se ahogase en el mar, y también fue el medio, como el barco, que llevó a Jonás a un lugar en el que pudo escoger mejor. La ba- llena lo vomitó justo donde quería Dios». ¡Qué maravillosa revelación recibí de mi esposo! La verdad es que si nos humillamos en el interior del «pez» de nuestras circunstancias, Dios se encarga de llevarnos a un lugar donde puede restaurarse su voluntad para nuestras vidas. Las «ballenas de Dios» vienen en diferentes formas y tamaños. Así que cuando estés den- tro del estómago de una de ellas, recuerda que tal vez Dios te esté salvando mediante esa ba- llena, aunque quizá pienses que debido a tus errores merezcas estar allí.
¡Tengo que confesarte algo más! Antes de terminar, tengo que confesarte que Dios me pidió que escribiera mis experiencias con Él a la luz de su Palabra. Entonces, llegó mi libro: Confesiones de una mujer desesperada, donde concluyo que, si Dios obró un cambio maravilloso en mí, lo puede hacer en ti tam- bién, y decir como el salmista: «Vengan y es- cuchen todos los que temen a Dios, y les con- taré lo que hizo por mí» (Sal. 66:16-20, NTV).

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