jueves, 3 de octubre de 2013

Encuentra su arco iris

Algunas veces las pruebas son inevitables. El sol brilla, las nubes blancas, la vida va pasando y llega la tormenta. El cielo se torna gris y amenazante. Solía creer que los cristianos estaban a salvo de la adversidad.
Creía que ser hija de Dios me daba algún tipo de súper poder que me alejaba de los problemas. Pensaba que podía encontrar el arco iris sin atravesar por la lluvia.
Las cosas en nuestro hogar eran como de costumbre. Los niños jugando en el piso, el televisor emitía sonidos de caricaturas.
Me senté, perpleja del dolor estomacal que continuaba desde hace un mes. No lo podía comprender. Finalmente mi esposo decidió llevarme a la sala de emergencias para que me examinaran. En ese momento fue cuando empecé a utilizar la mentalidad de “¿por qué yo?”.
Una vez en el hospital, ya me sentía mejor. Sentada en el cuarto de exámenes y rodeada por una delgada cortina azul, fue algo difícil no saber qué sucedía a mí alrededor. Creo que la locura del lugar me ayudó a desviar mis pensamientos de mi misma. Noté que pasaba una rápida silla de ruedas cerca. Con curiosidad me levanté, moví la cortina y me asomé.
La silla se movió tan rápido que me costó ver al conductor, aunque sí vi a la mujer que lo seguía con prontitud. Ahora sí estaba intrigada y esperé que volvieran. Esta vez, pude ver a un joven sentado en ella. Utilizaba un brazalete del centro médico. Empecé a hablarle, y él me sonrió. No me hablaba pero sabía que me estaba entendiendo. Luego, otra vez salió soplada en la silla. Una mujer adulta corría tan rápido como podía tras él. Como es normal en un hospital, esperé varias horas. Pero viendo al chico ir de aquí para allá lo hacía más fácil.
Cuando ya me podía ir, no tenía más respuestas de mi condición excepto que debía hacerme otros exámenes. Al salir, me topé nuevamente al niño y su mamá. “¡Adiós Daniel!” dije (ya me había aprendido su nombre). Él me sonrió y salió en carrera otra vez. Yo miré a su madre, ya cansada de tanto correr. “Es tan paciente y amable. Eso dice mucho de su carácter”, le comenté.
Pensé que la había motivado, pero la mujer me sonrió y dijo: “Es fácil. Él es mi milagro. Todos nos bendicen de diferentes formas”. ¡Esta declaración puso a mi mente a girar más que esa silla de ruedas! Un joven inmóvil (excepto por una silla), quien no podía hablar, sólo sonreír. Pero aun con las luchas diarias que sin duda enfrentaban madre e hijo, ella reconoció la bendición y el milagro. No necesitaba que yo se lo recordara.
Aprendí tanto de esta señora y su muchacho. Entendí que cuando nuestros pies estén cansados, debemos continuar; cuando el camino es triste, hay que quitar el enfoque de los problemas y buscar la voz de Dios.
Muchos de nosotros sabemos que vienen las adversidades. Sí, yo solía pensar que ya no las tendría. Ahora sé que no somos inmunes a las dificultades, pero estamos a salvo de la tormenta. Quizás no tenemos poderes sobrenaturales, pero el Dios a quien servimos es más poderoso que cualquier superhéroe.
Se nos promete seguridad. Cuando lleguen los problemas a su puerta o cama de hospital, puede ser difícil escuchar la voz de Dios por la locura del lugar. De hecho, quizás Él no diga palabra alguna. Tal vez Él le mande alguien que conteste su oración, con un paso acelerado y una gran sonrisa. Incluso esa persona tendrá un nombre como Daniel, ¡quien en la Biblia fue un personaje que confió en Dios aun en medio de temor y leones!
Siempre debemos estar pendientes de esos recordatorios celestiales, que debemos estar viendo el milagro a través de la adversidad. Los arco iris más bellos son aquellos que salen luego de las tormentas más agresivas.
“Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová.” – Salmo 34:19.
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