miércoles, 21 de diciembre de 2011

Vengan, hijos míos, y escúchenme, 
que voy a enseñarles el temor del Señor.
El que quiera amar la vida y gozar de días felices,
que refrene su lengua de hablar el mal 
y sus labios de proferir engaños;
que se aparte del mal y haga el bien; 
que busque la *paz y la siga.
Los ojos del Señor están sobre los justos, 
y sus oídos, atentos a sus oraciones;
el rostro del Señor está contra los que hacen el mal,
para borrar de la tierra su memoria.
Los justos claman, y el Señor los oye;
los libra de todas sus angustias.
El Señor está cerca de los quebrantados de corazón,
y salva a los de espíritu abatido.
Muchas son las angustias del justo,
pero el Señor lo librará de todas ellas;
le protegerá todos los huesos,
y ni uno solo le quebrarán.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

la mejor herencia..

La gente buena deja una herencia a sus nietos. Proverbios 13:22, NTV
Si crees que este mensaje es solo para una persona mayor, piénsalo de nuevo, pues la edad promedio de la mujer para ser abuela es cuarenta y seis años...
Sin duda, las abuelas podemos influir en un grupo muy especial: nuestros nietos. Si aprove- chamos este tiempo de la vida, esto será muy precioso y transformador para ellos y quizá para otros también.

Recuerdos de antaño
Los recuerdos más especiales de mi niñez son con mis abuelos, en especial con el abuelo Juan que nos ponía a trabajar a mi prima, Emily, y a mí para enseñarnos principios de trabajo y ética. Claro, nunca recuerdo que nos pagara por nuestro esfuerzo. También recuerdo sus consejos acerca de ser justos y tratar a todos por igual.
Mi abuelo procuraba crear tradiciones para reunirnos como una gran familia. Aunque soy hija única, siempre me rodearon muchos tíos y primos. Y... ¿cómo lo explico? Algunos eran un poco excéntricos como tío Tiburcio. Aun así, todos nos amábamos muchísimo. Algunas veces ocurrían intercambios «interesantes», pero nada muy serio. Al contrario, en nuestras reuniones siempre había risas, amor y memo- rias por todos los rincones. Varios años después pude darme cuenta que este grupo peculiar llamado «mi familia» me ayudó a formar mis opiniones y valores.
Era muy divertido estar con mis abuelos. Nos permitían jugar con libertad en la casa y no les preocupaban que les rompiéramos algo «valio- so». Así demostraban que nosotros éramos lo más valioso para ellos. Estas son las enseñanzas y los recuerdos donde sus ejemplos forjaron mi carácter y me convirtieron en una persona que debe servir al prójimo para encontrar propósito en la vida.
Las cosas han cambiado con el tiempo, pues hoy somos una nueva generación de abuelos porque nuestro estilo de vida, los milagros de la medicina moderna, los tintes de pelo y los cosméticos nos ayudan a vernos más jóvenes. ¡Quién me iba a decir que yo tendría una silla para bebés en mi automóvil descapotable!
El legado de los abuelos
Antes de continuar, quiero mostrarte el poema anónimo «La mecedora de abuelita»:
En un pasado muy lejano Cuando el ritmo de la vida no era rápido La abuelita solía mecerse y tejer, Hacer ganchillo y cuidar al bebé.
Cuando nosotros estábamos en problemas, Siempre podíamos contar con la abuela. En la época de la prosperidad, La vida de abuelita era una para dar.
PERO HOY...
Ahora la abuelita va al gimnasio, Hace ejercicios para delgada estar, Se va de viaje con su grupo a pasear, O se lleva a sus amigas para almorzar.

La mejor herencia
Va hacia el norte para pescar o caminar, Dedica tiempo para su bicicleta montar. No hay impedimentos que la detengan ahora, Pues ya esa abuelita no está en su mecedora.
Así debe actuar esta nueva generación de abuelos: Con una mente amplia donde nuestra influencia no sea solo en nuestros nietos, sino también para los que Dios nos dé por nuestro cónyuge, un concepto que tenemos que aceptar en estos tiempos donde son comunes las familias mixtas. Aquí los abuelos tenemos la oportunidad de darles a nuestros nietos el tiem- po y la atención que quizá los padres, debido a sus responsabilidades, no pueden ofrecerle. Por lo tanto, debemos dejar un legado firme en las riquezas que tenemos como hijos de Dios. ¡Debemos dejarles recuerdos inolvidables!
Hace poco leí esta frase: «Cuando aho- rres para tu vejez, cerciórate de depositar unos cuantos recuerdos placenteros» que, debo agregar, influyan de manera positiva en nuestros nietos. Por esta razón, hagamos lo necesario para que nuestros nietos, sobrinos y vecinitos se distingan entre los demás y que sientan compasión que les motive a ayudar al prójimo. Debido a este anhelo de mi corazón, nace el libro Las aventuras de abuelita.
Mis aventuras
En este libro, relato las vivencias de mis viajes misioneros a diferentes lugares del mundo y también donde resido. Sus historias muestran cómo ser sensibles a las necesidades que hay a nuestro alrededor y, de ese modo, mostrarles a los niños que es divertido y agradable ser más útiles a los que nos rodean. Aquí relato también cómo el servicio al prójimo, tanto en mi ciudad como en los inolvidables viajes hacia las regio- nes más remotas, Dios nos permitió poner en práctica su amor que es capaz de transformar corazones.
Abuelos, padres, hijos y nietos encontrarán anécdotas emocionantes y reveladoras de esta abuelita misionera, que ayudarán a los niños a descubrir y apreciar las cosas más importantes que tienen en la vida: ¡Hacerles bien a otros! Cada uno de nosotros, que pertenece a la nueva generación de abuelos, puede dejar un legado que dure por la eternidad, pues... «En los ancianos esta la ciencia, y en la larga edad la inteligencia» (Job 12:12).

Diferentes tipos de incomprensión

Hay cosas que no comprendo de Dios y me dejan irritado o apesadumbrado, porque eran, o son todavía, horribles e inexplicables. Todos nosotros luchamos para encontrarle sentido a la presencia del mal en medio de la bondadosa creación de Dios.

Sin embargo, el problema filosófico y teo- lógico del mal es una cosa; la torcida realidad del sufrimiento real es otra; y mientras más lo vemos, más difícil es llegar a comprender a Dios en relación con él. ¿Cómo se supone que respondamos al desconcertante y asombroso grado de sufrimiento que tiene lugar en este mundo? Una respuesta que en- contramos en la propia Biblia es el lamento. Una palabra más moderna para la misma cosa es protesta. ¿Qué significa lamentarse y protestar delante de Dios por cosas que no podemos comprender? ¿Y por qué parece que pensamos que de alguna manera está mal el hacerlo?
Hay cosas que no comprendo sobre Dios porque son muy extrañas. ¿Por qué dijo e hizo Dios cosas en la Biblia que han sido tan incomprendidas en generaciones posteriores? Quizá esto sea más un problema que tengo, al tratar de comprender la forma en que muchos cristianos parecen aturdirse en la manera que interpretan la Biblia, que un problema con el propio Dios.
Hay cosas que no comprendo sobre Dios, pero me llenan de gratitud porque no podría vivir sin la realidad de su verdad, aceptada por la fe. El ejemplo supremo es, por supuesto, la misma cruz. ¿Quiénes son tan atrevidos que pueden decir que comprenden exactamente cómo la cruz ha resuelto nuestras más profun- das necesidades? Pero de todas formas nos aferramos al hecho de que, por la gracia de Dios y con la autoridad de la Palabra de Dios, lo ha hecho. Se ha señalado con sabiduría que, cuando Jesús se dispuso a explicar la expiación
a sus discípulos, no les dio una teoría, sino una comida. Eso, por supuesto, no ha impedido que la gente teorice, comenzando de hecho con esos primeros discípulos y aquel que pron- to se les sumó, el apóstol Pablo. Y todavía la controversia se desata alrededor del signifi- cado de la cruz.
Sin pretender comprenderla del todo, ¿pode- mos al menos disipar algunas de las peores in- comprensiones? Hay cosas que no comprendo sobre Dios, pero ellas me llenan de esperanza en medio de la deprimente destrucción de la tierra y sus habitantes. La Biblia lidia con las verdades más oscuras de la vida sobre la tierra en el presente, incluyendo los temas mencio- nados arriba. Pero lo hace con un lento cre- scendo de expectativa de un mundo mejor en el futuro. Tanto en el Antiguo como el Nuevo Testamento, una visión de la nueva creación de Dios nos deslumbra. Aquí tampoco soy capaz de explicar a como será o cómo se realizará, pero lo que sí encuentro es que el verdadero retrato bíblico de la nueva creación brilla más que muchos de los mitos populares y caricatu- ras del «cielo» y me parece mucho más digna de que se la busque. Estoy feliz de esperar la nueva creación de Dios sin una comprensión total (creyendo, igual que Pablo, que el mo- mento para eso llegará), pero no sin una go- zosaconfianza.
Estas, entonces, son algunas de las cosas que encontré que en realidad no comprendía sobre Dios; no todas son del mismo tipo, no todas representan la misma carga emocional o espiri- tual. Y sin embargo, cuando nos enfrentamos a estos problemas con la ayuda de la Biblia, parece que podemos al menos esclarecer al- gunas respuestas equivocadas, inadecuadas o engañosas que se les dan.
No obstante, hay algunas consideraciones so- bre estas cosas que son útiles e instructivas, aunque no den respuesta a todas nuestras dudas. Así que, dondequiera que haya tales consideraciones las quiero decir, porque pue- den arrojar una luz sobre temas difíciles de discusión. Por lo tanto, mediante un análisis de ambos puntos de vista de lo que se pue- da decir, espero mostrar que es posible ser muy claro sobre cosas que sí comprendemos, o debemos comprender, porque Dios las ha
aclarado en la Biblia, mien- tras que aceptamos nuestra falta de comprensión (incluso nuestra confusión y dolor) de muchas otras cosas que Dios ha decidido
no explicarnos, y lo hacemos con humildad y hasta con gratitud y alivio. Podemos ser perfectamente honestos sobre cosas que no comprende- mos sin amenazar la esencia de nuestra fe en la verdad de las cosas que podemos y debemos comprender.

¿Cuál es tu dieta mental?


«Siembra un pensamiento, cosecha una acción. Siembra una acción, cosecha un hábito. Siembra un hábito, cosecha un carácter. Siembra un carácter, cosecha un destino».
Siembra una acción, cosecha un hábito. Siem- bra un hábito, cosecha un carácter. Siembra un carácter, cosecha un destino». A la larga, todos seremos producto de nuestros pensamientos.
¿Cuál es tu dieta mental?
Para muchas personas la práctica de meditar en las Escrituras y tener revelación interior pa- rece algo complicado. He oído a fieles creyen- tes decirme que no tienen la disciplina para memorizar versículos o concentrarse en la ver- dad de Dios por largos períodos de tiempo sin distraerse.
Pero todos saben cómo hacerlo. Cuando es- tamos ansiosos y preocupados; podemos concentrarnos en los problemas y temores du- rante horas, de una sola vez, separando cada detalle y obsesionándonos con cada contin- gencia. Pensar grandes pensamientos significa tomar esa increíble habilidad de enfocarnos en lo negativo y usarlo para propósitos posi- tivos y verdaderos.
Eres lo que piensas
Expresar nuestro pensamiento en térmi- nos de un hábito parece poco espiri- tual para mucha gente; sin embargo, bastante de nuestro pensamiento es una innegable cuestión de hábito. De hecho, la mayor parte de nuestra conducta está com- puesta de hábitos, y hay muchos de los que ni siquiera nos damos cuenta. La mayoría de nosotros nos vamos a la cama a cierta hora
cada día. Nos levantamos en la mañana a un horario regular; cepillamos nuestros dientes un par de veces al día; nos subimos al auto y conducimos hacia el trabajo, usualmente por la misma ruta todos los días. Nadie nos dice que hagamos todas esas cosas. No tenemos que recordar hacerlas, porque son habituales.
Es sencillo ver la aplicación de esta verdad en lo físico. Si pasamos nuestras vidas comiendo medialunas y golosinas, bebiendo varias tazas de café y latas de gaseosa al día, y no hace- mos demasiado ejercicio, entonces podemos predecirquenuestroniveldesaludserábajo. Lo que introducimos en nuestros cuerpos va a determinar la calidad de vida que ellos tengan.
Pablo, de forma sencilla, dice que la mente fun- ciona del mismo modo. Hay una cierta clase de pensamiento que debe convertirse en habitual para nosotros, porque él nos llevará a la piedad y a la paz. La presencia de Dios acompaña a estos pensamientos. Al igual que con nuestro cuerpo, tal vez no veamos inmediatamente los resultados de nuestro plan nutricional, pero los veremos con el correr del tiempo. Cada uno, sea en la carne o en el Espíritu, cosecha lo que sembró. John Stott, en su comentario acerca de Gálatas, lo expresa de este modo: «Siem- bra un pensamiento, cosecha una acción.
En vez de obsesionarnos sobre los dilemas en los que estamos atrapados, o en los que po- dríamos estar atrapados si cada variable cam- biara para mal como esperamos, tratemos de llenar nuestras mentes con la verdad.
Somos un pueblo que ha sido llamado a la transformación final. Romanos 12:2 (NVI) nos dice: «No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la vo- luntad de Dios, buena, agradable y perfecta».
Aunque vivimos en un mundo caído y peleamos la batalla diaria, la voluntad de Dios para nosotros es buena y apacible. Según la Palabra, solo podemos experimentarlo me- diante una mente renovada. Y solo podemos tener una mente renovada si la llenamos con grandes pensamientos.por CHIP INGRAM

Me atraparon las ballenas de la vida


Confieso que muchas veces me he sen- tido atrapada en la desobediencia. ¿Quién no conoce el libro de Jonás? A los niños pequeños les enseñamos esta historia porque uno de los problemas que Jonás tenía era la desobediencia y se lo tragó una balle- na... Bueno, es cierto, la Biblia no dice que fue una ballena, sino «un gran pez» (Jonás 1:17). Sin embargo, la historia de este profeta es muy apropiada para demostrar el resultado de la desobediencia.
En el primer versículo del libro, se identifica de manera específica al profeta Jonás como su autor. Ahora bien, los problemas de Jonás fueron el resultado de sus malas actitudes, sus decisiones y sus patrones de pensamientos errados.
El libro de Jonás nos enseña que Dios no cam- bia su manera de pensar. Por lo tanto, nosotros hacemos lo que Él nos dice o permaneceremos miserables en el vientre de la ballena. El mila- gro no es que Dios nos saque de las circuns- tancias, sino que el paso por esas situaciones no nos haga iracundos. Sin duda, Jonás era un iracundo, pero vivió para contarlo y su vida y sus sufrimientos nos sirven hoy de ejemplo. Entonces, ¿quién fue Jonás? Fue un hombre al que Dios le hablaba y que por eso la Biblia lo reconoce como profeta. Un hombre que cono- cía la voz de Dios y él mismo también hablaba con Dios. Un judío escogido por Dios para res- catar a toda una ciudad. A pesar de eso, Jonás nos dice que todos somos susceptibles a que las malas actitudes nos lleven a decidir mal y a pagar las consecuencias.
¿En qué me parezco a Jonás? Bueno, todos entendemos que Jonás tenía actitudes erradas, porque las «confesó» en su libro. Así que creo que, si podemos identificar ese tipo de actitudes, es por el simple hecho de que el profeta las pudo ver al final y plasmarlas como historias en su pequeño libro. No obstante, recuerda que nos referimos a un hombre que tenía el privilegio de hablar con Dios. Y esta es la otra semejanza que tengo con el profeta: Conocía a Dios y Dios le hablaba, pero sus ac- titudes le hacían infeliz, iracundo y le llevaban a la frustración con facilidad. En mi caso, todas mis malas actitudes las experimenté aun cono- ciendo a Cristo.
Mi esposo, Brian, explicándoles a nuestros hi- jos la historia de Jonás, les decía: «A Jonás se lo tragó la ballena, pero la ballena le salvó la vida al evitar que se ahogase en el mar, y también fue el medio, como el barco, que llevó a Jonás a un lugar en el que pudo escoger mejor. La ba- llena lo vomitó justo donde quería Dios». ¡Qué maravillosa revelación recibí de mi esposo! La verdad es que si nos humillamos en el interior del «pez» de nuestras circunstancias, Dios se encarga de llevarnos a un lugar donde puede restaurarse su voluntad para nuestras vidas. Las «ballenas de Dios» vienen en diferentes formas y tamaños. Así que cuando estés den- tro del estómago de una de ellas, recuerda que tal vez Dios te esté salvando mediante esa ba- llena, aunque quizá pienses que debido a tus errores merezcas estar allí.
¡Tengo que confesarte algo más! Antes de terminar, tengo que confesarte que Dios me pidió que escribiera mis experiencias con Él a la luz de su Palabra. Entonces, llegó mi libro: Confesiones de una mujer desesperada, donde concluyo que, si Dios obró un cambio maravilloso en mí, lo puede hacer en ti tam- bién, y decir como el salmista: «Vengan y es- cuchen todos los que temen a Dios, y les con- taré lo que hizo por mí» (Sal. 66:16-20, NTV).

Gradúate con éxito en la universidad de la vida, tienes un Maestro personal

Es muy probable, y espero que coincidas conmigo, que quien
escribiera la frase que antecede esta nota, aunque no sabemos su
nombre, ha pasado airoso grandes obstáculos en su vida, familia o labor. Es
evidente, que estas son palabras de alguien que en la distancia considera y evalúa como ganancia hasta sus momentos más oscuros.
Y si pensamos en momentos sombríos, no caben dudas de que este año pasado lo fue. Todo un «desafío», que en ocasiones, pareció imposible de conquistar.
En lo laboral, en lo personal y familiar, somos bombardeados diariamente con principios de un mundo falto de moral, que ponen en peligro la integridad de nuestros hogares e hijos. En
el trabajo, muchos han experimentado esa sensación de «supervivencia laborar», donde la preocupación invade los huesos e impide ser objetivos. Ante esa presión están los que reaccionan con valentía y entusiasmo, sabiendo que es solo un peldaño más en la universidad de la vida, y que todo está en el plan de Dios para prepararnos a lo que viene. Otros se dan por vencidos y «cuelgan los guantes», y dejando así que «los del otro equipo» ganen terreno.
En estos tiempos he experimentado que muchos de estos «desafíos» son iniciados por Dios y necesarios para provocar cambios en nosotros. La gran ventaja que tenemos, a diferencia de los que no cuentan con «Papá», es que el paquete viene completo. Él está interesado en que aceptemos esos desafíos con confianza y con plena certeza que Él proveerá los recursos necesarios para superarlos, convertirlos en grandes victorias y salir airosos, EXITOSOS. Por ello, nuestra actitud ante los desafíos debe ser la única digna de un hijo de Dios, la valentía y el entusiasmo.
Otra de las actitudes o «desafíos» que voluntariamente he decidido tomar y me ha funcionado bastante bien es estar absolutamente convencida que cada situación o persona que de alguna manera incomode mi camino; no es más que uno de los maestros que Dios milagrosamente envía para ayudarme a lograr el «doctorado» de la vida. Cada día, con
sus altos y bajos debe ser tomado como un día más en la carrera universitaria de Dios.
Cuántos de nosotros no hemos tenido en nuestros años de estudiante, alguno de uno de esos profesores que tienen el maravilloso «talento» de lograr ser despreciados desde lo más profundo de nuestro ser por su rigidez y severidad. Pero al final del camino nos dimos cuenta que su rigor, de alguna manera, nos llevó a lograr ese tan deseado diploma. Y que su inflexibilidad nos obligó a ser más certeros, su exigencia a ser más responsables, su disciplina a ser más respetuosos, y así podríamos continuar la lista. Así que, aunque algo a primera vista parezca desagradable, seguramente no lo es tan malo. Solo tengamos presente el pasaje donde el gran apóstol Pablo nos recuerda: «que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman» (Romanos 8: 28, NVI).
Toma cada tropiezo o adversidad con valentía y entusiasmo. Ten la certeza que es un escalón más para alcanzar un rango mayor en madurez espiritual. Confiado que con Él puedes superar ese y cualquier otro «desafío» y que además te llevará a hacia una objetivo mayor de acuerdo al plan de Dios. No bajemos los brazos.
Este año mi fe ha sido fortalecida como nunca antes, gracias a la presencia de Dios a través de mi camino. «Padre, gracias por los desafíos. Acepto el reto y tengo la certeza de que mientras yo haga mi parte tú harás la tuya».
Así como el salmista, levantemos nuestras voces y confiados avancemos sabiendo que solo Él nos adiestra para el desafío que tenemos por delante.
¿Quién es Dios, si no el Señor? ¿Quién es la roca, si no nuestro Dios? Es él quien me arma de valor y endereza mi camino [...] Tú me cubres con el escudo de tu salvación, y con tu diestra me sostienes; tu bondad me ha hecho prosperar. Me has despejado el camino, así que mis tobillos no flaquean. Salmo 18:31-36, NVI
¡Avanza, Dios está de tu parte!

El Líder Formado por Dios



Los doce apóstoles elegidos por Jesús eran hombres comunes y corrientes sin gran erudición ni elocuencia. Sin embrago, por el poder de Dios fueron transformados en instrumentos eficaces para diseminar el mensaje de Cristo hasta los confines de la tierra.

Siempre me he sentido fascinado con las vidas de los doce apóstoles. ¿Quién no lo está? Los tipos de personalidad de esos hombres nos son familiares. Ellos son como nosotros y como otras personas a las que conocemos. Son asequibles. Son personajes reales y vivos con los que nos podemos identificar. Sus defectos y debilidades, así como sus triunfos y características encantadoras, aparecen registrados en varios de los relatos más fascinantes de la Biblia. Son hombres a quienes de verdad queremos conocer. Y esto se debe a que, en todo sentido, fueron hombres comunes y corrientes. Ninguno era reconocido por su erudición ni por su gran saber. No eran oradores ni teólogos. De hecho, vivían al margen de lo que era el sistema religioso de los días de Jesús. No sobresalían por talentos naturales o habilidades intelectuales.
Por el contrario, todos eran proclives a equivocarse, a fallar, a tener actitudes erróneas, a que les faltara la fe y a experimentar amargos fracasos; y el mejor ejemplo de esto era el líder del grupo, Pedro. Incluso Jesús expresó que eran lentos para aprender y de cierta manera torpes espiritualmente (Lucas 24:25). Ellos representaban todo el espectro político. Uno era un ex zelote; es decir, un hombre radical, decidido a derrotar al gobierno romano por la vía de la violencia. Otro había sido recaudador de impuestos, prácticamente un traidor a la nación judía, en pugna con Roma. A lo menos cuatro, y posiblemente siete, eran pescadores y amigos íntimos de la ciudad de Capernaum, y es probable que se conocieran desde niños. Los otros tal vez hayan sido comerciantes o artesanos, porque no se nos dice nada sobre lo que hacían antes de llegar a transformarse en seguidores de Jesús.
La mayoría era de Galilea, una región dedicada a la agricultura en la intersección de rutas comerciales. Y Galilea siguió siendo la base de operaciones para la mayor parte del ministerio de Jesús y no (como algunos podrían suponer) Jerusalén en Judea, que era la capital política y religiosa de Israel. Pero con todas sus fallas y debilidades de carácter, como hombres comunes y corrientes que eran, después de la ascensión de Jesús, estos hombres dejaron un impacto indeleble en el mundo. Su ministerio sigue ejerciendo influencia en nosotros hasta el día de hoy. Dios, por su gracia, los capacitó y usó para inaugurar la difusión del mensaje del evangelio y trastornar el mundo (Hechos 17:6). Hombres comunes y corrientes, gente como usted y yo, se transformaron en instrumentos por medio de los cuales el mensaje de Cristo se llevó hasta los confines de la tierra. ¡No es de sorprender que sean personas tan fascinantes!

Pedro, el apóstol impetuoso
La tradición primitiva, cuya fecha se puede poner en por lo menos el tercer siglo, dice que la iglesia fue construida sobre la casa de Pedro. Por cierto que los arqueólogos han encontrado muchas señales que indican que los cristianos del siglo segundo veneraban este lugar. Es muy probable que haya sido la casa donde vivió Pedro. De ahí hasta la orilla del lago hay un trecho muy corto.
Simón Pedro era casado. Lo sabemos por lo que dice Lucas 4:38 donde se registra la sanidad que milagrosamente obró Jesús en su suegra. En 1 Corintios 9:5 el apóstol Pablo dice que Pedro llevó a su esposa en uno de sus viajes misioneros. Eso podría indicar que no tuvieron hijos o que los hijos ya estaban grandes cuando él llevó a su esposa en el viaje misionero. Sin embargo, la Escritura no dice expresamente que hayan tenido hijos. Es todo lo que sabemos con seguridad en cuanto a su vida familiar.
Sabemos que Simón Pedro era el líder de los apóstoles, y no solo por el hecho que su nombre encabeza todas las listas donde aparecen los Doce. También tenemos la afirmación explícita de Mateo 10:2: «Los nombres de los doce apóstoles son estos: primero Simón, llamado Pedro». La palabra traducida «primero» en este versículo es el término griego «protos». No se refiere al primero en la lista, sino al primero en importancia, al líder del grupo. El liderazgo de Pedro se hace claramente evidente en la forma en que habitualmente actúa como el vocero de todo el grupo. Siempre está en el primer plano, tomando el liderato. Parece haber tenido una personalidad naturalmente dominante, y Jesús decidió darle un buen uso a ese don natural entre los Doce. Después de todo, fue el Señor quien lo escogió para que fuera el líder. Pedro fue formado y capacitado por el designio soberano de Dios para que fuera el líder. Es más, el propio Jesús lo formó y entrenó para que lo fuera. Por lo tanto, cuando observamos a Pedro, estamos viendo cómo Dios forma a un líder.
Aparte del nombre de Jesús, el de Pedro es el nombre más mencionado en los Evangelios. Nadie habla con tanta frecuencia como Pedro, y a nadie se refiere el Señor con más frecuencia que a Pedro. Ningún discípulo es censurado tanto por el Señor como lo es Pedro; y ningún discípulo censuró a Jesús como lo hizo Pedro (Mateo 16:22). Ningún otro confesó a Jesús tan decididamente o reconoció su señorío tan explícitamente como Pedro; como tampoco ningún otro discípulo negó a Jesús con tanta fuerza o tan públicamente como Pedro. Nadie es alabado y bendecido por Jesús como lo fue Pedro; y fue Pedro el único a quien Jesús llamó Satanás. El Señor tuvo cosas más duras que decirle a Pedro que a ninguno de los otros. Todo eso contribuyó a hacer de él el líder que Cristo quería que fuera. Dios tomó a un hombre con una personalidad ambivalente, vacilante, impulsiva y rebelde y lo transformó en un líder fuerte como una roca; el predicador más grande entre los apóstoles y, en todo sentido, la figura dominante en los primeros doce capítulos de los Hechos, cuando ocurre el nacimiento de la Iglesia.

Tomado del libro Doce hombres comunes y corrientes por Jhon McArthur
publicado por Grupo Nelson, Nashville,TN. www.gruponelson.com

Los idiomas del matrimonio



Después de aconsejar a parejas casadas, he aprendido que, en realidad, la esposa habla un «idioma de amor» y el esposo un «idioma de respeto».
En un estudio realizado por Enfoque a la Familia para Love and Respect Ministries (Ministerios Amor y Respeto), a los encuestados se les preguntó: «¿Cuál fue (y posiblemente siga siendo) el problema más grande que ha afectado su matrimonio?» Tanto para los hombres como para las mujeres fue la falta de comunicación. Los resultados de Enfoque a la Familia coinciden con los que hemos obtenido en nuestro ministerio Love and Respect Ministries. Cuando analizamos los correos electrónicos y las cartas de miles de personas casadas, el punto en común que aparece en casi todos es que, de una forma u otra, la comunicación es el principal reto para una pareja promedio. Entonces, no sería difícil deducir que la comunicación es la clave del matrimonio. Sin embargo, no estoy de acuerdo con una afirmación en este sentido ya que implicaría dar por sentado que ambos cónyuges hablan el mismo idioma.
Y después de más de tres décadas de pastorear, aconsejar a parejas casadas y llevar a cabo conferencias sobre el matrimonio, he aprendido que, en realidad, la esposa habla un «idioma de amor» y el esposo un «idioma de respeto». Ninguno de los dos se da cuenta de ello, por supuesto, pero debido a que él habla una clase de lenguaje (respeto) y ella otro (amor), existe poco o ningún entendimiento entre ellos y poca o ninguna comunicación.
Como lo compartí en el libro Amor y respeto, a través de nuestra experiencia personal mi esposa Sarah y yo aprendimos que los dos hablábamos lenguajes distintos. A pesar de llevar un buen matrimonio, aun así forcejeábamos con la ira, la irritación y muchas heridas emocionales. Con frecuencia simplemente no podíamos comunicarnos y no sabíamos el porqué. Una buena parte del tiempo parecía que realmente hablábamos idiomas diferentes, pero no teníamos idea de qué hacer al respecto. Era frustrante y… vergonzoso. ¡Después de todo, yo soy pastor y debía haber tenido una solución para un problema de esa clase!
Felizmente, al final la encontré (o para ser más exacto, Dios me la reveló) en un solo versículo de la Biblia, Efesios 5.33: «Cada uno de ustedes ame también a su esposa como a sí mismo, y que la esposa respete a su esposo» (NVI). Al reflexionar sobre el claro mandamiento de Dios (no la sugerencia) que se encuentra en Efesios 5.33, descubrí lo que luego decidí llamar la «Conexión entre amor y respeto». Se me ha ordenando amar a Sarah porque ella necesita amor y, de hecho, ella «habla amor». El amor es el idioma que ella entiende.

Tomado del libro Descifre el código de la comunicación por Emerson Eggerichs
publicado por Grupo Nelson, Nashville,TN. www.gruponelson.com

La Confesión que Sana



Cuando no se confiesa el pecado, éste se convierte en un tumor sutil que extiende sus tentáculos alrededor de cada parte de nuestro ser hasta que nos paraliza.

Para que la confesión produzca resultados, debe ir acompañada de arrepentimiento. El arrepentimiento significa literalmente un cambio de parecer. Significa volver la espalda, alejarse y decidir no hacerlo otra vez. Significa que nuestro pensamiento esté exactamente de acuerdo con Dios. Es posible arrepentirse sin nunca admitir de verdad una falta. La verdad es que podemos convertirnos simplemente en personas muy buenas para disculparnos sin la intención de que haya un cambio. La confesión y el arrepentimiento equivalen a decir: «Es mi culpa. Lo siento mucho, y no lo voy a volver a hacer».


Tenemos que confesar y arrepentirnos de todo pecado para liberarnos de la esclavitud, ya sea que nos sintamos mal o no por lo que hayamos hecho, y ya sea que reconozcamos o no que es pecado. Un día, en la oficina de mi consejera cristiana, confesé en oración los dos abortos que me había hecho, aunque aún no tenía ningún concepto de cuán malo es el aborto. Yo siempre había visto el aborto como un medio de supervivencia, no como un pecado, pero eso no lo había convertido en bueno delante de los ojos de Dios. Había leído en la Biblia sobre el valor de la vida en el vientre y también leí: «Aunque la conciencia no me remuerde, no por eso quedo absuelto» (1 Corintios 4.4). No fui liberada de las garras mortales de la culpa por aquellos abortos hasta que me arrepentí y recibí el perdón pleno de Dios.
Cada vez que confiese algo, asegúrese de que es sincera y realmente no quiere volver a hacerlo. Y recuerde que Dios «conoce los más íntimos secretos» (Salmo 44.21). Estar arrepentido no significa necesariamente que nunca lo volverá a hacer, sino que usted no tiene la intención de hacerlo otra vez. Si vuelve a cometer el mismo pecado una y otra vez, necesita confesarlo cada vez. Si ha cometido un pecado que ya había confesado el día anterior, no deje que se interponga entre usted y Dios. Confiéselo de nuevo. Siempre y cuando esté arrepentido de verdad, será perdonado y finalmente liberado. La Biblia dice: «Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, a fin de que vengan tiempos de descanso de parte del Señor» (Hechos 3.19). El diablo le tiene atrapado cuando queda algún pecado sin confesar. Regresar al mismo pecado repetidas veces no es ninguna excusa para no confesarlo. Debe mantener su vida totalmente abierta delante del Señor si quiere ser liberado de la esclavitud del pecado.
Usted no puede ser liberado de algo que no ha sacado de su vida. Confesar es decir toda la verdad sobre su pecado. Renunciar es adoptar una posición firme en contra del pecado y quitarle su derecho a permanecer. Como no somos perfectos, la confesión y el arrepentimiento son continuos. Siempre hay nuevos niveles de la vida de Jesús que tienen que obrar en nosotros. Estamos privados de la gloria de Dios en maneras que ni podemos imaginarnos.

La oración de confesión sana su corazón
Cuando se echan cimientos, hay que excavar la tierra. El problema es que la mayoría de nosotros no vamos bastante profundo. Aunque usted no puede ver todos sus errores todo el tiempo, puede tener un corazón que quiera ser enseñado por el Señor. Pídale a Dios que saque a la luz pecados de los que no es consciente, para que pueda confesarlos, arrepentirse de ellos, y puedan ser perdonados. Reconozca que todos los días hay algo que confesar, y ore frecuentemente como lo hizo David: «Fíjate si voy por mal camino, y guíame por el camino eterno» (Salmo 139.24). «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu» (Salmo 51.10). «Perdóname aquellos [errores] de los que no estoy consciente» (Salmo 19.12).
Hay ocasiones en las que creemos que no tenemos nada que confesar, si oramos por la revelación de Dios, él nos muestra una actitud de falta de arrepentimiento, como la crítica o la falta de perdón, que ha echado raíces en nuestro corazón. Si la confesamos, eso impide que tengamos que pagar su precio emocional, espiritual y físico. Además, esa confesión beneficiará nuestra vida social ya que las imperfecciones de nuestra personalidad, que nosotros no podemos ver, son a menudo evidentes para otras personas.
La confesión es realmente un estilo de vida. Si no andamos como Dios quiere, si hacemos algo en desobediencia a su voluntad, como chusmear, mentir, o hablarle de una manera degradante a alguien, tenemos que hacer borrón y cuenta nueva, y eso sólo viene mediante la confesión: Dios, vengo delante de ti, y te confieso mi actitud hacia mi jefe. Me arrepiento de esa actitud. Cada día quiero ser más como Cristo.
A veces cuando mi esposo, Michael, decía algo que me ofendía, yo reaccionaba diciéndole algo igualmente ofensivo. Eso sólo hacía que el conflicto se pusiera peor. Pronto aprendí que antes de pedirle perdón a Michael, tenía que pedirle perdón a Dios. Iba delante del Señor y le decía: «Señor, perdóname lo que dije. Sé que me comporté movida por la carne y no por el Espíritu». Vi que confesárselo al Señor me ayudó a dejar de comportarme así y a poder pedirle perdón a Michael con una mejor actitud. Piense en su propia vida. ¿Alguna vez pasó algo similar entre usted y otra persona? ¿Tiene una actitud que debe confesar? De ser así, no dude en hacerlo. Cuanto antes lo haga, mejor será.

Tomado del libro 7 Oraciones que cambiarán su Vida para siempre por Stormie Omartian
publicado por Grupo Nelson, Nashville,TN. www.gruponelson.com

El Valor de los Pequeños Actos



Frente a un gigante, un canto rodado parece inútil. Pero Dios lo utilizó para derribar a Goliat. Por medio de actos ordinarios Dios hace obras extraordinarias.
Un amigo mío vio la prueba de esta verdad mientras atendía a víctimas del huracán Katrina. Como médico, brindó su tiempo y talento para ayudar a algunas de las 12.500 personas evacuadas de Nueva Orleans que arribaron a San Antonio. Un sobreviviente le contó una historia cautivante. Mientras el agua inundaba su casa, este señor salió nadando a través de una ventana. Con dos niños aferrados a su espalda, el hombre encontró refugio seguro encima del edificio más alto del vecindario. Otras personas se le unieron en aquel techo. Pronto era un pequeño círculo de gente amontonada sobre lo que sería su hogar por tres días, hasta que fueran rescatadas.
Tras una hora sobre el edificio, el hombre se percató de que estaba sobre una iglesia. Pateó el techo con fuerza para llamar la atención y anunciar: «¡Estamos en tierra santa!». Sus noticias refrescaron la memoria de otro habitante del techo. Este vio a su alrededor, gateó sobre el campanario, lo abrazó y gritó: «Mi abuelo y mi abuela ayudaron a construir esta iglesia». ¿Cree usted que aquellos abuelos pensarían que Dios iba a usar el trabajo de ellos para salvar a su nieta? Ellos seguramente oraron para que Dios usara aquel edificio para salvar almas... pero no podrían imaginarse que lo usaría para salvar a su nieta de un huracán. Ellos no tenían ni idea de cómo iba Dios a usar el trabajo de las manos de ellos.
¿Qué diferencia pueden hacer algunos actos de altruismo? ¿Se pregunta si su trabajo hace una diferencia? Pienso en un lector en la encrucijada. Uno recientemente impactado por Dios, quizás por mediación de este libro. La chispa divina en su interior está empezando a arder. ¿Deberá usted apagarla o avivarla? ¿Se atrevería a soñar que usted sí puede hacer una diferencia? La respuesta de Dios sería: «Haz algo y mira a ver qué pasa». Fue eso lo que les dijo a los ciudadanos de la antigua Jerusalén. A lo largo de 16 años el templo de Dios había estado en ruinas. El trabajo había sido abandonado. ¿Por qué razón? Oposición de los enemigos, e indiferencia de los amigos. Pero sobre todo, porque la tarea los abrumaba. Para construir el primer templo, Salomón había necesitado setenta mil transportistas, ochenta mil cortadores de piedras, tres mil seiscientos capataces, y siete años. ¡Un trabajo hercúleo! Los obreros deben haber pensado: ¿Qué diferencia podría hacer con mi trabajo? La respuesta de Dios: «No menospreciéis el día de las pequeñeces, pues el SEÑOR se regocija en ver comenzar la obra» (Zacarías 4.10).
Comience. ¡Solamente comience! Lo que a usted le parece insignificante para otros puede resultar inmenso. Pregúntele a Bohn Fawkes. Durante la Segunda Guerra Mundial él piloteaba un bombardero B-17. En una misión fue impactado por las baterías antiaéreas nazis. Aunque las balas alcanzaron los tanques de gasolina, el avión no estalló, y Fawkes consiguió aterrizar. A la mañana siguiente, le pidió al jefe de su tripulación el proyectil alemán. Quería conservar un souvenir de su increíble buena suerte. El jefe le explicó que no sólo una, sino once balas habían sido encontradas en los tanques de gasolina, y que sin embargo ninguno de estos había hecho explosión. Los técnicos abrieron los proyectiles y descubrieron que no contenían carga explosiva. Eran inofensivos y, salvo uno, estaban vacíos. La única excepción contenía una hoja de papel cuidadosamente enrollada. En ella habían escrito con prisa un mensaje en idioma checo. La traducción decía: «Por ahora, esto es todo lo que podemos hacer por ustedes». Puedo imaginar a un valiente obrero de una cadena de montaje desarmando los proyectiles y garabateando la nota. Poner fin a la guerra no estaba en sus manos, pero sí lo estaba salvar un avión. Él no podía hacer todo, pero sí podía hacer algo. Y lo hizo. Cuando toma en sus manos actos pequeños, Dios hace grandes cosas. Frente a un gigante, un canto rodado parece inútil. Pero Dios lo utilizó para derribar a Goliat.

Tomado del libro Cura para la vida Común por Maz Lucado
publicado por Grupo Nelson, Nashville,TN. www.gruponelson.com